Hay postbodas que no son solo sesiones de fotos: son aventuras.
Con Isa y Antonio lo teníamos claro desde el principio. Ellos no querían un escenario típico, ni playas, ni bosques, ni atardeceres de postal… querían algo que hablara de ellos, de lo que les une y de esa forma tan particular que tienen de mirar el mundo. Y así nació esta postboda con alma urbex.

El urbex es mucho más que entrar en lugares abandonados. Es una forma de explorar lo que otros dejaron atrás, de descubrir belleza donde ya casi nadie mira, de sentir la historia en las paredes desconchadas, en las ventanas rotas, en los silencios que lo llenan todo. Tiene algo de respeto, algo de nostalgia y algo de valentía. Y sobre todo, tiene ese punto de mirar más allá de lo evidente.

Entre pasillos desgastados, luces que entraban por huecos imposibles y ese aire de misterio que solo tienen los lugares que el tiempo ha detenido, ellos se mueven con naturalidad, es su terreno, su afición compartida, y se notaba: estaban en casa, aunque fuese una casa sin dueños. 

Lo mejor fue ver cómo esa estética medio rota, contrastaba con ellos: con su cariño, sus risas, su complicidad. Ese contraste hizo que todo cobrara aún más sentido. Fue como ver dos mundos encontrarse: el de la historia pasada del lugar y el del futuro que ellos están construyendo juntos.

Al final, esta postboda no fue solo una sesión; fue un homenaje a lo que les gusta, a lo que les conecta y a la forma tan bonita que tienen de vivir su relación: explorando, descubriendo y disfrutando incluso de los lugares más inesperados. 

Y eso, para nosotros, es lo que hace que esta sesión tenga un lugar especial entre nuestros recuerdos.